Los etíopes afirman que sus dioses son chatos y negros,
y los tracios, que ojizarcos y rubicundos son los suyos.
Pero es que si los bueyes, caballos y leones pudieran tener manos,
pintar con esas manos y realizar obras de arte, como los hombres,
los caballos, parejas a caballos, y los bueyes, a bueyes
pintarían las figuras de sus dioses; y harían sus cuerpos
a semejanza precisa del porte que tiene cada uno.
domingo, 20 de enero de 2008
Si los bueyes tuvieran manos
domingo, 13 de enero de 2008
Muertes de filósofos: Descartes
Edad en el momento de morir: 53 años.
Fecha y lugar de muerte: 11 de febrero de 1650, Estocolmo.
Causa de muerte: Oficialmente, neumonía causada por reina demasiado madrugadora (¿quién cojones se levanta a las cinco de la mañana para estudiar filosofía? Quiero decir sin tener un examen al día siguiente). Extraoficialmente, envenenamiento por arsénico. Agravante de haber extraviado su cráneo durante dos siglos.
Descripción: Descartes llevaba una vida tranquila en los Países Bajos, donde había decidido dedicarse exclusivamente al estudio. De hecho, solía dormir al menos diez horas diarias, y meditaba y leía en la cama o en un cómodo sillón al lado de una estufa.
Esto fue así hasta que un mal día de septiembre de 1649, la Reina Cristina de Suecia le mandó buscar para ejercer de filósofo de su corte y tutor personal de Su Majestad. El trabajo estaba bien, y la Reina resultó ser una buena alumna. Pero tenía el pequeño inconveniente de que le hacían levantarse ¡a las cinco de la mañana!
Era cuestión de tiempo que nuestro amigo francés cayese enfermo. Y así fue. Cuatro meses duró el bueno de Descartes en Estocolmo, porque el 11 de febrero de 1650 murió de neumonía.
Pero la historia no acaba aquí, por dos razones: la primera es cierta sospecha acerca de la verdadera causa de su muerte. La segunda es el viaje que su cuerpo y su cabeza hicieron por separado.
Con respecto a lo primero, en 1980 salió a la luz una carta del médico que atendió a Descartes. En ella se relataban una serie de síntomas que, más que a una neumonía, parecían apuntar a un envenenamiento por arsénico. Quizá fue algún cortesano envidioso, o que pensó que Su Majestad no necesitaba a alguien que le hiciera pensar demasiado, o vaya usté a saber. La propia Reina examinó bien la carta del médico para ver qué iba contando por ahí. Este interés por controlar qué se contaba acerca de la muerte de Descartes es también sospechoso.
La cosa, que ya daría para una novela histórica de misterio susceptible de ser llevada al cine por la industria hollywoodiense, no acaba así. El cadáver de nuestro difunto filósofo permaneció dieciséis años en Suecia. Cuando sus amigos consiguieron llevarlo a Francia y abrieron el ataúd, descubrieron que faltaba el cráneo, que no apareció hasta el siglo XIX. El químico sueco que lo encontró lo mandó a Francia, pero los franceses, en lugar de enterrarlo junto al resto del cuerpo, lo exhiben desde entonces en el Musée de L'Homme en París.
Nadie negará que esta historia de tener la cabeza por un lado y el cuerpo por el otro tiene su cachondeo, sabiendo que hablamos del filósofo que introdujo la distinción real entre mente y cuerpo.
Fuentes:
Wikipedia
Ovejas Eléctricas
Muertes de filósofos
A lo largo de la historia, los filósofos han tenido vidas de lo más interesantes y variopintas. Bueno, no todos, claro está. Baste citar como contraejemplo al sosainas de Kant, que seguramente está entre los primeros puestos del ranking de las personas más aburridas de la historia (History's Greatest Coñazo People).
Pero si interesantes han sido sus vidas, no menos interesantes han sido sus muertes. Parafraseando muy libremente a Aristóteles: "Palmar, se puede palmar de muchas maneras". Hay casi tantas formas extrañas de palmar como filósofos. Algunas de éstas merecerían ser enumeradas en una canción al estilo de "Pánico a una muerte ridícula" de Def Con Dos. Otras son llamativas por la aparente relación que hay con la filosofía del difunto. Otros palmaron porque en otro tiempo hacer filosofía era algo peligroso y se podía morir por el mero hecho de defender una opinión contraria a la institución represora de turno. Hoy el mayor peligro que corre uno con la filosofía es volverse tonto del culo.
Así pues, y llevando a cabo una idea que tenía desde hace mucho tiempo (en otro tiempo, y otro blog), y ayudado y animado por las investigaciones de la profesora Piluky, doy inicio a esta sección sobre muertes de filósofos. Lo hago movido por la curiosidad morbosa y un poco de humor negro, pero vaya por delante que toda la gente que aparecerá en esta sección son filósofos a los que respeto y admiro. En cierto sentido, los que hemos estudiado filosofía somos herederos de todos ellos, de una tradición que se remonta a los orígenes de nuestra civilización. Quizá también nosotros palmemos de forma memorable.
sábado, 5 de enero de 2008
El Ceremonial, un cuento de Navidad
Era el Día del Invierno, ese día que los hombres llaman ahora Navidad, aunque en el fondo sepan que ya se celebraba cuando aún no existían ni Belén ni Babilonia ni Menfis ni aun la propia humanidad. Era, pues, el Día del Invierno, y por fin llegaba yo al antiguo pueblo marinero donde había vivido mi raza, mantenedora del ceremonial de tiempos pasados aun en épocas en que estaba prohibido. Al viejo pueblo llegaba, cuyos habitantes habían ordenado a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, que celebraran el ceremonial una vez cada cien años, para que nunca se olvidasen los secretos del mundo originario.
El Ceremonial.